*Al final de un cementerio, donde se percibe la Europa medieval y gótica, el México indígena y el mestizaje colonial, se erige una iglesia que resguarda el sincretismo
Édgar Ávila Pérez
Cuetzalan, Pue.- Las nubes grisáceas que envuelven las montañas y amenazan con lanzar un aguacero, se posan encima de un camposanto y un templo con un sincretismo inusual.
Una delgada línea, convertida en un camino, nos adentra a un santuario de desgastadas tumbas, construcciones medievales y de una vida indígena rica y poderosa, al lado de costumbres europeas.
Cuando uno cruza por entre las tumbas para llegar a la iglesia, y ve a su alrededor, no puede comprender cómo conviven de una manera tan armónica la arquitectura neogótica con elementos indígenas, como los jarritos de barro, que dan nombre a la iglesia que luce orgullosa alejada del bullicioso del centro del Pueblo Mágico de Cuetzalan.
Se dice que el santuario tiene como modelo la iglesia de la Virgen de Lourdes en Louvre, Francia y que el arquitecto -sin que se tengan evidencias claras- que construyó este también se ocupó del levantamiento de la Iglesia de los Jarritos: Violet Le Duc, quien además fue un escritor y restaurador.
Caminar por esta calle-pasillo, adentrarse en el cementerio, apreciar la fachada (a donde por cierto se lee la inscripción Puerta del Cielo), observar con detenimiento su atrio, maravillarse ante su torre, su campanario, todo eso crea un conjunto de emociones únicas, pues se siente la presencia de las culturas antiguas en un solo sitio.
Ahí se percibe la Europa medieval y gótica, el México indígena, el mestizaje colonial, el triunfo de la Independencia y el acuerdo entre pasado y presente, la comunión entre lo que fuimos y lo que somos, un pacto tácito entre conquistados y conquistadores, entre paganos indígenas y católicos europeos, una unión que parece decirnos: esto es México, el de ayer y el de hoy, y este santuario es la alianza entre todo lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos.
Ya no es la copa de la santa comunión, sino un jarrito del que podemos beber para perpetuar esa alianza.
En un lejano 1888, recuerda la cronista de la ciudad Emma de los Ángeles Gutiérrrez Manzano, azotó a la región una epidemia que saturó el panteón original y entonces se decidió abrir uno nuevo, con todo y una hermosa Iglesia.
“Un grupo de eminentes mestizos hicieron la propuesta, convocaron al pueblo y ellos que tenían un marco cultural bastante amplio pensaron en que fuese igual a la Louvre en Francia”, asegura.
Una edificación al estilo gótico flamígero, con una diversidad sorprendente, con nombres indígenas y españoles en las criptas. Incluso hoy hace gala de esa diversidad: la iglesia no solo se usa para misas de difuntos, sino para una posibilidad alterna de ejercicios católicos.
La riqueza de México radica en su mestizaje. La mezcla de razas, culturas, tradiciones y creencias ha hecho que nuestro país sea impar. Si hablamos de su música, su literatura, su gastronomía o su arquitectura veremos que en cada una de ellas radica una amalgama única.
¿A quién se le ocurriría mezclar todos los ingredientes del mole? ¿Cómo llegaron las tonadas o los estribillos andaluces a la música popular del siglo XX? ¿Cómo puede existir un santuario como la Iglesia de los Jarritos?
Este templo, que en realidad se llama Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe tiene en sí mismo un sincretismo inusual.